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En el fragmento del vídeo, tembloroso, filmado en diagonal y no completamente enfocado, se escucha y voz clara con mucha emoción: “Ese es mi papá”, grita Jorge López en el área de Vegas Strip, con su teléfono enfocado en un autobús que pasa. "Ese es mi papá".

Jesús López, locutor en español de los Vegas Golden Knights, ha desplegado una bandera mexicana encima del autobús y la agita mientras su hijo comienza a grabar un video. Todo ello, después de varios días de que los Golden Knights capturaran Stanley Cup en junio pasado, superando a los Florida Panthers en cinco juegos en la final, para ganar el primer título de la franquicia seis años después de su existencia.

“Es como si tuviera una segunda vida”, dijo Jorge, maravillándose de quién es su padre, de lo que ha hecho. Y es que la historia de Jesús López con los Golden Knights, es uno de esos regalos inesperados del hockey. Comenzando por el hecho de que su llegada a los Estados Unidos desde México, tuvo un carácter de supervivencia, pues tuvo que abandonar su tierra natal, debido a la ola de violencia y amenazas que él mismo cree que llegaron por parte de la Familia Michoacana, un cartel mexicano.

De esa forma, López llegó a suelo estadounidense a 2011 con una experiencia en el manejo de restaurantes, acostumbrado a hacer pizzas y luego de haber incursionado en la narración deportiva como un pasatiempo pero nunca como una profesión. Lo que sí tenía claro, es que si quedaba en México, iba a perder su vida.

Más de una década después, ése mismo hombre circulaba por las calles de Las Vegas, siendo aclamado, levantando la Stanley Cup y más importante: A salvo. “Para él, levantar esa copa, creo que es la mejor remontada de vida, al menos no hubiese podido imaginar algo mejor”, expresó su hijo Jorge.

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Circunstancias difíciles

López estaba preparando salsa para pizza cuando llegó una primera llamada, en la que la voz que se encontraba del otro lado de la línea, lo maldecía y le aseguraba estar al tanto de que sus restaurantes estaban gozando de gran éxito por lo que era la hora de pagar por ello.

“Si quieren mantener seguros sus negocios, nos van a tener que dar cinco mil pesos mensuales por cada tienda”, dijo aquella voz en la llamada, durante 2010. Pero a López

nunca la tembló el pulso para poder responder con la confianza necesaria en ese tipo de situaciones. “No voy a hacer eso”, dijo López.

Ese domingo, un hombre, casi muerto, fue arrojado a la puerta de su casa. “Me gritaron: ‘Así es como vas a terminar (improperio)'”, dijo López. “Estaba tratando de ayudar al chico a recomponerse, pero él dijo: 'No, no, no, no, no, no, déjame en paz'. No viste nada'”.

Las llamadas telefónicas continuaron, volviéndose más específicas, más amenazantes, más personales. Describirían la vestimenta de su hija Celina mientras hacía ejercicio en el gimnasio, vulnerable e inconsciente. Jesús tomaba una motocicleta de reparto del restaurante y viajaba hasta allí, presa del pánico, sin saber qué encontraría.

Es un problema que azota a México, que genera advertencias a los viajeros y causa terror en la vida de los ciudadanos mexicanos: los cárteles. Utilizan amenazas, secuestros, violencia y extorsión, como organizaciones criminales basadas muchas veces en el narcotráfico. La Familia Michoacana, que surgió en 2006, se convirtió en una fuerza a principios de la década de 2010, cuando la familia López fue el primer objetivo.

"Eran un grupo de traficantes que habían trabajado con el Cartel del Golfo contra otros traficantes, pero en algún momento se separaron del Cartel del Golfo y su brazo armado, los Zetas", dijo Nathan Jones, profesor asociado de estudios de seguridad en la Universidad de Justicia Penal de la Universidad Estatal Sam Houston, quien estudia la violencia del crimen organizado y las organizaciones de narcotráfico en México. “Ellos se anunciaron de manera brutal y violenta, arrojando cabezas cortadas a una pista de baile y anunciando que estaban allí para proteger a la gente”.

El experto continuó. “Pero La Familia Michoacana, a pesar de todo lo que dicen sobre proteger a la gente, también victimizaron a la población local a través de cosas como la extorsión”. Los dueños de negocios locales que ganaban dinero, especialmente de manera notable, se convertirían en objetivos del cártel, objetos de su deseo.

López y su familia habían estado en el negocio de la pizza durante 45 años, su hermano mayor abrió su primer restaurante en 1980. Cuando aquellos que él creía que eran del cartel vinieron por ellos, habían abierto entre 16 o 17 puestos de avanzada de Santino's Pizza, un guiño al personaje de James Cann en la icónica película "El Padrino". Todo este éxito se produjo en el estado de Jalisco, donde se desplegó el logotipo tradicional y ubicuo. Era algo que habría resultado atractivo para los cárteles: la posibilidad de obtener un día de pago significativo.

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"Estaban luchando contra los Zetas en este período, que es conocido como un grupo particularmente violento y cruel", dijo Jones, autor del texto "Las redes de drogas ilícitas de México y la reacción del Estado". “Tanto La Familia como Los Zetas son conocidos por ser violentos y despiadados y por extorsionar a la población local. Y realmente se están diversificando. No son sólo narcotraficantes. No se limitan a trasladar drogas del punto A al punto B. Se están involucrando en una gobernanza casi criminal. Hay lugares donde brindan resolución de disputas en ciudades y pueblos. Están tratando de extorsionar a las empresas y la extorsión se está convirtiendo en un problema mayor y más extendido”.

Aunque el hermano de López, Armando, no estaba en el negocio de las pizzas (tenía una tienda que vendía láminas de madera en su ciudad natal, conocida por su producción de muebles), López una vez entró a su oficina, solo para encontrar a Armando en el suelo con un arma apuntando a su cabeza.

Los sentimientos eran de desesperanza e impotencia. “La extorsión es uno de los delitos que no se denuncian notablemente”, dijo Jones. “La gente no presenta denuncias. No confían en que algo bueno vaya a suceder a partir de ese proceso. También existe el sentimiento en el fondo de sus mentes: ¿Qué pasa si la policía está involucrada?”.

La familia creía que no tenía sentido acudir a la policía, buscar autoridades en las que no confiaban ni podían confiar. En Jalisco, donde vivía la familia López, hasta el 20 por ciento de la policía municipal colabora con los cárteles y el 70 por ciento no actuaría contra ellos, dijo a Reuters en 2016, el fiscal general del estado, Eduardo Almaguer.

“Los cárteles tienen a su gente simplemente vigilando a las demás personas”, dijo López, que vivía en ese momento en Ocotlán, una ciudad no lejos de la frontera entre Jalisco y Michoacán. “Vigilaban sobre la compra de un auto nuevo, la construcción de una casa grande y simplemente los llamaban porque asumieron que tenían el dinero. Cuando terminé mi casa, era una casa grande y hermosa, así que pensaron que probablemente tenía dinero”.

Pronto las amenazas se volvieron aún más específicas, con cronogramas y detalles. Habían conocido a otras personas que habían recibido llamadas telefónicas similares, y quienes llamaban se identificaban como miembros de La Familia Michoacana, por lo que la familia López creía que estaban siendo atacados por el mismo cártel.

En ese momento, Jorge no entendía mucho. Tenía apenas 11 años. Pero vio el impacto que tuvo en su madre y también en su padre. “La parte más aterradora fue ver llorar a mis padres y a mi hermana”, dijo Jorge. "Todo lo que ves es a los adultos llorar". A partir de ese momento, no pudieron evitar la sensación de que estaban siendo observados, que algo siniestro estaba ahí fuera, que alguien los perseguía.

“Nunca se recupera esa sensación total de seguridad”, dijo Jorge. "Una vez que alguien describe lo que estás usando, siempre estás mirando por encima del hombro, para ver si alguien te está mirando". Jesús López supo que era hora de irse. Salió de México el 28 de octubre de 2011. Pero para su familia, todavía en Ocotlán, la situación sólo empeoró. “Era casi como si supieran que mi papá ya se había ido”, dijo Jorge.

Hubo un día, a finales de febrero o principios de marzo de 2012, que empezó con exigencias de rescate, con amenazas. Las palabras se volvieron más violentas, más aterradoras, hablaban de venir a saquear su casa, de matar a su madre, de disparar a todos los que estaban dentro. Las voces le dijeron a Celina, de 18 años, que la llamada fue una especie de gracia, pues describieron la vestimenta de su madre Carmen, para no dejar dudas de su nivel de cercanía.

“No había nada que pudiéramos hacer al respecto”, dijo Jorge. “Tuvimos que despedirnos de nuestra mamá. Simplemente iban a venir como balas y no hacer ninguna pregunta”. Le dieron instrucciones terriblemente específicas: vestirse, llevarse a Jorge y subirlo a la camioneta roja que estaba afuera, una Chevrolet Silverado color rojo manzana de 1995, e ir a una tienda de comestibles en particular.

“Ella está llorando y gritando y me tira zapatos”, dijo Jorge. “Ella dice: 'Vístete'. Están entrando a la casa’… Ella estaba gritando a todo pulmón en el garaje. Era casi como si un perro estuviera llorando, lo cual es un sonido realmente extraño”. Le arrojó un par de zapatos de fútbol a Jorge y, confiando implícitamente en ella, él se los puso. Le arrebató las llaves de la camioneta a Carmen, en la cocina de la pizzería de la familia, construida en la misma propiedad que su casa.

Carmen, desconcertada, logró calmarla y sacarla del ataque de pánico, mientras Celina gritaba una y otra vez que la gente venía a matarlos. Carmen le arrancó las llaves de la mano a su hija, le quitó el teléfono y cortó la llamada. Definitivamente, ya no había vuelta después de eso.

Hicieron las maletas en tres días, allá por principios de marzo de 2012, cerrando los restaurantes, empaquetando sus cosas. Todo lo que podía venderse desapareció en cuestión de días; todo lo demás fue abandonado y Jorge cree que la mayor parte permanece más de una década después.

Nuevo inicio

“Comenzamos desde cero”, dijo Jesús.

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La familia tuvo que empezar de nuevo en Las Vegas, pero las nuevas situaciones nunca habían amedrentado a López. Se trataba de un hombre que había viajado a Alaska en 1989 y que finalmente dejó un trabajo como procesador para aprender a hacer pizza napolitana en Soldotna, en la península de Kenai, para luego regresar al estado en 2003 y trabajar como estibador cargando y descargando elementos, obteniendo su licencia como operador de montacargas y grúas.

Tenía experiencia en televisión, habiendo intercambiado ayuda en un programa deportivo de televisión local en México por publicidad gratuita para su pizzería en la estación antes de que comenzaran las llamadas. Había sabido transmitir boxeo y fútbol.

Los medios de comunicación no era algo ajeno. Entonces, Jesús llamó a alguien que conocía en la cadena ESPN y finalmente consiguió un trabajo en ESPN Deportes, diciéndoles que haría cualquier cosa y confiando en su conocimiento de sí mismo para creer que podía hacer algo con lo que le dieran.

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López comenzó en ventas y eventualmente creó “Cantina ESPN Las Vegas”, un programa de radio en ESPN Deportes 1460 AM en el que hace más de 15 voces diferentes. Quizás lo más importante, fue que toda la familia se convirtió en ciudadanos estadounidenses. Estaban resueltos.

Y entonces López escuchó a Bill Foley, el nuevo propietario de los Vegas Golden Knights, quien estuvo en Nueva Zelanda y habló de lo feliz que estaba de asociarse con Lotus Broadcasting, propietaria de estaciones de radio en todo Estados Unidos. Foley estaba hablando de cómo quería tener una transmisión en español, para que los Golden Knights fueran accesibles a las personas de habla hispana e incluirlos en el deporte, en el equipo.

“No dije nada”, dijo López. "Simplemente entré a la sala de edición y comencé a grabar demostraciones sobre hockey". Pero al oírlo, su jefe, el vicepresidente y director general de Lotus Broadcasting, Tony Bonnici, pensó que faltaba algo. “¿Por qué no usas tu canto de gol de fútbol?” Al hacerlo, Bonnici quedó encantado y se lo envió a los Golden Knights. Todo funcionó, por lo que la segunda vida de López estaba a punto de comenzar.

Conexión directa

López conocía a su audiencia, sabía lo que tendría que ofrecerles para ayudarlos a iniciarse en el hockey, un deporte relativamente desconocido. Sus llamadas tienen cierto estilo, hacen referencia al ceviche y convocan peleas como si fuera un locutor de boxeo.

Ahora se convierte en uno, su voz se transforma de su cadencia habitual al hablar en el tono practicado y la tonalidad de una narración de jugada a jugada. “La cuestión es que los hispanos necesitan estar entretenidos, no sólo informados”, dijo López. “Si les vas a dar noticias, tiene que ser entretenida. Si les vas a dar deporte, tiene que ser entretenido. Cuando escuchas el fútbol inglés, jugada por jugada, es muy correcto. Se guían por las reglas. No hay emociones adicionales. Y, sobre todo para los mexicanos, tiene que ser picante”.

Su estilo para relatar jugada por jugada es rápido, a veces alcanza entre 320 y 350 palabras por minuto, una experiencia de montaña rusa que puede parecer como si se estuviera escuchando una transmisión adelantada. Es un placer escucharlo, para los fans y para su familia, que lo han visto volver a la vida.

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“Creo que él como persona se desvaneció un poco”, dijo Jorge. “Se puso un poco pálido en su ser. Ahora luce más joven y tiene casi 15 años más. Hay mucho color en él. Creo que lo que hace, lo hace con mucha alegría y le aporta mucha pasión”. El hombre de 55 años se dedica a su oficio, pero nunca está satisfecho. Está trabajando

con Jorge, en un programa de apuestas deportivas, junto a un libro para contar su historia.

En cierto modo, los Golden Knights son simplemente la última parada de un viaje que ha llevado a López desde su casa en México hasta Dutch Harbor en Unalaska, Alaska, pasando por la T-Mobile Arena y el espectáculo de la segunda franquicia más nueva de la NHL y sin duda la más ostentosa.

Todos se sienten afortunados, muy afortunados. Han visto lo que les ha pasado a amigos y familiares, a aquellos que conocieron en México, a aquellos que no tenían tantas opciones. "Creo que la parte más loca de toda la historia es que es una realidad cotidiana para tanta gente que ni siquiera pueden verla como una historia increíble porque no pueden salir de ella", dijo Jorge. "Es simplemente la norma para ellos".

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Más que un título

Era el final del Juego 5 de la final de la Stanley Cup, la temporada pasada y los Golden Knights estaban a minutos de ganar la primera copa en el sexto año de la franquicia. López se dirigió a Herbert Castro, el comentarista de color que trabaja junto a él, y le dijo que no se iba a perder el momento.

Quería una foto, sólo una foto, de la Copa Stanley. Pero en cambio, le entregaron la Copa. “Cuando agarré la copa, no tienes idea de cuántas cosas pasaron por mi mente”, dijo López. “Porque estaba a punto de levantar la Stanley Cup en medio de la pista. En ese momento pasaron por mi mente muchas imágenes”. Encontró el equilibrio, se centró, asegurándose de no caer, y gritó a todo pulmón: “Campeones de la Copa Stanley, los Vegas Golden Knights. ¡Vamos, caballeros, vamos!”, luego besó el trofeo.

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Sabía que algunos de los mejores jugadores del deporte nunca habían hecho lo que él estaba haciendo en ese momento, nunca habían tenido la oportunidad de tocar la copa y mucho menos de levantarla. Y cuando, más tarde, le pidieron que fuera parte del desfile de la victoria del equipo, hizo los arreglos necesarios, sin decir una palabra a nadie.

López subió al autobús, con una bandera mexicana doblada y escondida en su cuerpo. La sacó. La agitó. Vio cuánta gente aplaudía y los cánticos que emanaban. Sostenía una botella de champán en sus manos y la rociaba sobre la gente de abajo. "Fue el momento más mágico de mi vida", dijo. “Y todo lo que puedo pensar es en mi padre. Murió hace 30 años. Estaba pensando en él. Y me dije a mí mismo: la única persona a la que realmente me encantaría impresionar con esto es mi papá”.

Fue en ese momento que el kinesiólogo del equipo le dio una palmada en el hombro. Señaló a un hombre parado en la calle no lejos de ellos, mientras pasaban por las fuentes del Hotel Bellagio. El hombre estaba gritando, grabando un vídeo, mirando hacia arriba con admiración, orgullo, amor y algunas palabras precisas: “Ese es mi papá”, gritaba. "Ése es mi papá."

Jesús López lloró en ese momento. Su voz se volvió más espesa mientras habla de venir a Estados Unidos, de todas las incógnitas, de lo que habían dejado atrás en México, de lo que podrían hacer con sus vidas en Las Vegas. Estaban solos y su futuro era incierto, luchando con el idioma y en sus oídos todavía resonaban los insultos y las amenazas de muerte que llegó a recibir

“Cuando me llamaron para decirme mira [improperio] si no pagas tus negocios, te vamos a buscar a tu familia, te vamos a buscar, te vamos a matar, lo que ellos Lo que realmente me decían era: 'Empaca tus cosas'. Prepararse. Vas a ir a Estados Unidos y vas a ser el primer narrador en español en levantar la Stanley Cup y también el primer hispano en colocarte un anillo de campeón Copa Stanley”, dijo López.

Lloró en ese momento. Por dónde estaba, por su origen, por los gritos que habían sido acallados y por los que habían sido encendidos.

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