Tony Castro creció en West St. Paul, Minnesota, hijo de inmigrantes mexicanos. Se enamoró del hockey, del mismo modo que los chicos en el vecindario. Pero a Tony le dijeron que nunca iba a vivir de practicar ese deporte. A regañadientes hizo caso. Aun siendo un adolescente en la década de 1970, empezó a trabajar en un taller mecánico que luego se convirtió suyo: Castro’s Collision Center, en Robert Street, en St. Paul.
Tony y su esposa, Joette, tuvieron cinco hijos. Al criar a una nueva generación, Tony nunca replicó los consejos que le habían dado acerca del sueño inviable de hacer una carrera en el hockey. Donde algunos vieron limitaciones, él vio posibilidades. Tuvo fe y sus hijos también.
Este otoño, el más joven de ellos, Anton, comienza su carrera en la Universidad de Wisconsin, uno de los programas más connotados dentro de la escena del hockey colegial. Llevará consigo la ética de trabajo y la empatía que aprendió de Tony, quien demostró que manejar un negocio exitoso puede coexistir con el hecho de ayudar a aquellos clientes a quienes les cuesta pagar para cubrir reparaciones que son necesarias.